¿Por qué importa el punto?
Comenzamos este curso con el signo que a veces más se subestima: el punto.
El punto, como signo de puntuación, marca un final. Nos dice que un enunciado está completo, que no le falta NADA esencial para ser comprendido.
Ese punto al final nos cuenta que la secuencia de palabras que compone un enunciado basta para trasmitir un mensaje coherente.
Si digo…
Corre.
… puedes entender que describo lo que alguien hace (Él corre), que doy un consejo (Corre, por favor) o que doy una orden (Ahora, corre).
Si digo…
Viene esta noche.
… me estoy refiriendo a lo que un ser de este, o de otro mundo, hará.
Con estos enunciados, puedes entender lo que sucede, al menos de una manera básica; pero, si me dices…
*Espero que.
… y, a continuación, pones un punto, algo falta para poder comprender de qué trata tu mensaje.
Con el punto me has dicho que la oración terminó, que has cerrado la idea; sin embargo, yo me sigo preguntando: «Bueno, pero… ¿qué esperas?». Está incompleta tu frase.
Si escribes también, por ejemplo…
*Cantando con el alma.
… más punto, ¿por qué ubicas ese Cantando con el alma solo? ¿A qué te refieres?
Pareciera estar vinculado a algo, y me lo has puesto suelto, de modo que me toca volver a leer todo lo que está antes o después para poder conectarlo y para PODER ADIVINAR qué has querido decir.
Una oración completa —en vez de Espero que— sería Espero que vengas o —en vez de Cantando con el alma— Ganó sus aplausos cantando con el alma.
Como ves, ahí hay más información y esa información es la que me permite a mí encontrarle un rápido sentido a lo que me dices.
Que alguien te comprenda o que alguien quede totalmente confundido cuando te lee va a depender, no pocas veces, de DÓNDE PONES EL PUNTO. No se pone un punto porque sí; se pone con INTENCIÓN.
Volvamos sobre este ejemplo:
*Cantando con el alma.
Vamos a complejizarlo. Pongamos enunciados en derredor.
Te digo yo, con toda sinceridad, que emocionaba verla. Cantando con el alma. Se entregó en el escenario.
Este tipo de párrafo no es tan infrecuente. Quien escribe crea una primera oración con sentido.
Te digo yo, con toda sinceridad, que emocionaba verla.
Muchas veces es larga y eso le hace pensar que ya debe poner un punto, de modo que, detrás de ese punto, agrega más información que no ha sabido cómo ubicar antes.
Y no habría nada de raro en ello si le diese forma al segundo enunciado. El problema radica en que la persona trata a ese punto como si fuese una coma, como si la conexión entre esas dos oraciones fuese más cercana.
En su mente, todo tiene sentido, pero quien lee ese escrito NO ESTÁ en su mente.
Lee el ejemplo en voz alta. ¿Sientes la misma desconexión que yo?
Cantando con el alma aquí queda suelto.
Muy diferente sería si la persona hubiera escrito…
— Te digo yo, con toda sinceridad, que emocionaba verla cantando con el alma. Se entregó en el escenario. — Te digo yo, con toda sinceridad, que emocionaba verla. Cantando con el alma, se entregó en el escenario. — Te digo yo, con toda sinceridad, que emocionaba verla. ESTABA cantando con el alma. Se entregó en el escenario.
Todo depende de lo que se quiera resaltar o vincular.
Recapitulemos entonces.
El punto marca un final. Se pone cuando el enunciado —sea el primero, sea el segundo, sea el último— es capaz de trasmitir un mensaje completo, en el que no falta NADA para ubicarnos en qué se está diciendo, pero tampoco sobran elementos que hacen más confusa la idea.